Caminaba las calles patagónicas con las manos en los bolsillos, un poco por costumbre y otro poco debido a las bajas temperaturas del ambiente y el viento andino que descendía de las montañas nevadas, escondiéndose en el horizonte y bajando por cerros y estepa, siempre preparado para arrasar con las mejillas frías, labios paspados y cachetes colorados de la gente sureña; inmerso en este paisaje idílico de cabañas, chimeneas humeantes, calefactores a gas y viejas salamandras de troncos de vertientes; iba Paulo contando una a una las monedas que llevaba; aunque siempre fue malo para las matemáticas; como desconfiando; volvía una y otra vez a repetir esta acción para estar seguro de tener el dinero necesario y no pasar vergüenza delante de “la mendocina”.
En verdad esto se parecería a un tonto pensamiento de adolescentes, pero este tipo de cuestiones pareciera ser de vida o muerte cuando al final se trata de una hermosa muchacha como Micaela, la sobrina del dueño de “Trigales”.
La mendocina era una joven trigueña y de anatomía perfecta semejante a una guitarra, había dejado su provincia natal desde hacía muy poco tiempo, para echar a andar su carrera como modelo, para la cual se había preparado satisfactoriamente y debido a la cercanía del pueblito a la conocida ciudad de San Carlos de Bariloche, trabajaba en el local comercial de su tío hasta que mejorara su situación.
Una vez frente al negocio, Paulo se tomó un tiempo breve para repasar lo que debía hacer y lo que debía comprar. Ingresó sinuosamente al comercio, atravesó el sector de verduras alejándose de vecinas chismosas y calumniadoras; caminó hacia el sector de pinturas aparentando estar interesado en varios productos, como no localizó alguna cámara de seguridad, no había moros en la costa así que en casi un pestañeo, abrió su vieja mochila roja y colocó cuantos aerosoles pudo en el interior del compartimiento secreto.
Terminado el acto se dirigió al sector de la caja donde efectivamente se encontraba “la mendocina”, que muy concentrada su miraba apuntaba fijamente al monitor de la PC y con una mano se acariciaba el cabello casi como coqueteando.
En fin, para no hacer ruido y para que nadie sospechara, el joven la saludó afectuosamente y de inmediato supo entretenerla con preguntas a cerca de su carrera, interrogaciones a la cual la joven respondió que se había contactado con un importante productor, con el cual estaba chateando e incluso se pudo escuchar el clásico ruidito de conversación del Messenger.
La joven volteó nuevamente a ver el monitor, allí fue cuando Paulo aprovechó para comentarle que se debía encontrar con el grupo de rap al cual él pertenecía, para Graffitero un edificio abandonado y que luego pasaría por su novia Adriana, que estudiaba en la escuela nocturna y con quien iba a tener su primer encuentro sexual; por tanto se moría de vergüenza al preguntar cuánto costaban los preservativos.
“La mendocina” sonrió, se llevó la mano a la boca y sonrojándose respondió en tono jocoso: $3,90; y así fue que con sus delatadoras manos manchadas de esmalte sintético, el muchacho contó las monedas y las dejó sobre el mostrador, se retiró del lugar sin levantar sospechas por el bulto de su vieja mochila; sin pensar que luego de la adrenalina de aquella noche y los sentimientos encontrados, Paulo ya nunca más volvería a ser el mismo.
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