Aguantando el espanto y esas ganas de escupir por presencia femenina. Kamón verificó si finalmente eran quienes había pensado y efectivamente: eran el porteño y el correntino. Ya no quiso comer, era obvio que esa noticia le había quitado totalmente el apetito.
Lo que tanto había luchado y tanto sacrificio le había costado parecía ser en vano; pensó por un momento… si no fuera por la hermosa señorita que sonreía con sus auriculares puestos en la meza de enfrente, junto a la ventana del bar; habría perdido la calma arrojando el periódico al suelo solo por mero impulso. Se controló; le llamó poderosamente la atención los puntos negros que la joven tenía tatuados debajo de sus ojos. Sintió pánico ante la duda de si la muchacha lo vio lagrimear o no; sintió acidez así que tratando de olvidar esos sentimientos encontrados; se tomó la soda rápidamente.
Volvió a mirar al sector de la ventana donde se encontraba la joven misteriosa y tras ella vio una imagen que lo conmovió aún más: del otro lado de tan acogedor lugar, en la vereda un vagabundo revolvía el contenedor de basura buscando comida. Seguidamente llamó al mozo, pidió la cuenta y luego de dejar propina, envolvió el tostado con las servilletas para entregárselo al pordiosero. Charló un poco con él. Le había contado que su nombre era Marcelo y le dejó un cigarrillo como despedida.
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