Pasadas las 22 horas, un taxista circulaba por Pasaje Gutiérrez mientras charlaba con dos jóvenes hasta que indicaron el final del recorrido. Cuando buscaban el dinero en sus billeteras, aún en el coche, pudieron oír que el pronóstico del tiempo alertaba a través de Radio Imperio que una gran tormenta se preparaba esa noche. Aún así, la niebla fue la decoración perfecta para aquel paisaje lúgubre que cubría el Club de Caza y Pesca, ya que nada impidió que una a una se hicieran presentes las personas a aquel festival under que hacía latir los corazones a los raperos del sur.
Mirándose fijamente al espejo y encomendándose a Dios, Néstor calmaba sus nervios mojándose la cara y el volumen de su cabello rizado. También dentro del sanitario de dicho local, pero entre las sombras del retrete, Mario sufría por el vómito de la inexperiencia ante la duda de si debía anotarse a la competencia de Freestyle o no.
Lejos de que este texto haya sido extraído del film de algún rapero norteamericano e ignorarán que muchas veces en la vida nos encontramos delante de este tipo de pruebas en las cuales podemos echarle ganas y triunfar; o rendirnos sin haberlo intentado. Por su parte, Néstor decidió hacerle frente al último campeón, dueño de chistes fáciles sin fin y gran conocer de heridas sentimentales; con una fe infinita apostó su último billete y lo derrotó con el siguiente punch-line: “yo no vine para me afecten las idioteces que decís vos / yo he venido a ganarte ante el público porque esa es la voluntad de Dios” sentenció el muchacho que se llevó el pozo de esa noche y se ganó el respeto de la vieja escuela patagónica.
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