Unos deslumbrantes ojos oscuros en su rostro dotado de hermosura, fue lo último que vi. No quise voltearme a observar si seguía allí mientras yo me alejaba, inexplicablemente conservando en mi pensamiento esa mirada seductora que brilló en la oscuridad.
Seguí mi camino pese a la ola polar advertida por el pronóstico, violentas nubes negras cubrían la noche fresca que empapaba de llovizna.
Me sequé la cuenca de los ojos -no estoy llorando- al menos eso parece, aunque los guantes se hayan humedecido. Las calles parecían empinarse, perdiéndose entre las sombras y el ambiente lúgubre, miré al cielo buscando inútilmente a la luna ya que el azabache y el frío reinaban en el espacio aéreo.
Debe ser muy tarde, la iluminación pública escasea y se tambalea al ritmo del viento junto a los cables que chiflan y se golpean entre sí. Vuelvo a pensar en ella, en la triste despedida, tan fría como la noche, tan oscura como mis lágrimas. Me siento abatido, ya no veo… ahora mis manos se han convertido en ojos, el viento me ensordece y de a poco pierdo el equilibrio. Me caigo a un charco, hundo mi vista en el asfalto antiguo y deteriorado empapándome completamente. Recupero la vista, tengo miedo. Me muero de frío, escucho al cielo rugir con toda su ferocidad, los relámpagos parecen rosar a los árboles, ellos revolotean por el viento de agosto.
De repente noto algo distinto, me acerco por inercia sin detenerme. Recuerdo que ansiábamos volar, me deleitaron esos fuegos artificiales aunque solo sean azules y fugaces. Fantásticamente encandilan en fracciones de segundos, son totalmente libres en cuanto a medidas y longitud, me fascinan… será por eso que descendió como un ángel que vino a mí y quise ser libre, vi la luz y volé para siempre, aunque mi amada ya no pueda verme.-
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