sábado, 14 de mayo de 2016

Sueño


  Recuerdo haber soñado con el espíritu entusiasta de aquel día donde me arropaban sus cálidos brazos, apegado a su cuerpo, yacía plácido y risueño; en ese lecho tan acogedor cual amanecer veraniego.

  Hago memoria y sintetizo en lo abstracto, la delicadeza de sus manos. Acariciaba mi cabello mientras yo me dejaba llevar por espontáneos impulsos de elocuencia, cual niño llevado por la corriente del río.
  Mi labia fluía símil a los vientos patagónicos y arrastraba en ella dulces palabras envolventes en un letargo de amor espiritual.

  Sus tímpanos solamente oían el timbre de mi voz; mientras yo, con los ojos cerrados, imaginaba que todo volvía a ser real. En ese momento, percibí caer la nieve sobre el techo en esa cabaña pequeña, en aquel lugar idílico, donde el calor era distribuido por una fogata y ardía en la leña, la pasión del ambiente alejándose y subiendo por la chimenea.

  Sentí la humedad que provenía de afuera y que el viento se encargaba de arrastrar por debajo de la puerta. Era grato fabular que no tendríamos que hostilizarnos por cómo juzguen nuestro amor, pues si nadie nos conocía, no habría problemas para ser aceptados por la sociedad, aunque realmente lo que opinaran los demás nunca nos importó.

  No obstante, fui interrumpido por un sonido (que no sabría definirlo como un grito, una risa o una queja). Eché un vistazo y la encontré mirándome de una manera muy diferente, con ojos mágicos, unas pupilas de ternura. Su sonrisa, sus facciones encantadoras, su cara poseía una belleza impactante que irradiaba aún más de lo cotidiano. Sus perlas bucales brillaban y centelleaban en su blancura y perfección. Sin dudas era incomparable.

  Pude ver que sonrió nuevamente y escuché su regocijo al expresar: - “Amoooorrrr, ¡Cómo te encanta soñar! Mientras sentía admirarla por su simpatía y sensualidad. Me dibujó una sonrisa de esas que no se olvidan  y a lo largo de la vida se la recuerdan felizmente.


  Por último reconozco que yo viajé. ¡Viajé, lo juro! De modo idéntico que todo se transformó en efímero, como la felicidad misma que encontramos en las pequeñas cosas de la vida, como el flash de una fotografía o centellear de una tormenta, cual frío intenso del sur al calor sofocante de aquel octavo piso del edificio de San Telmo, donde risueño en sus brazos, cerré los ojos una vez más y volví a soñar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario